“Aun en 1955, cuando ya el gobierno de Juan Perón declinaba (vaya ironía) en lo político seguía organizando encuentros entre trabajadores, empresarios y gobierno, para afianzar la productividad de la economía. No era republicano, pero sin duda pensaba con visión de futuro”.

Por Eduardo Dalmasso*

Cuando uno analiza que en los últimos 75 años, la sociedad argentina ha sufrido más crisis políticas y/o económica que cualquier otro país latinoamericano, sea con gobiernos de derecha o ­populistas, militares o civiles, se desprende la necesidad de revisar algo de nuestro accionar en lo político y en lo económico. Me pregunto, se puede refutar esta realidad de nuestra historia reciente?

Hoy, con nueve años de estancamiento en el producto industrial, problemas de empleo y de marginalidad creciente, con gran posibilidad de otro ciclo de ajuste, se torna claro que en las casi 40 años de democracia, no hemos sido capaces de sostener un proceso de crecimiento estable en beneficio del conjunto de la población. La última etapa, positiva en muchos aspectos, (2003-2007) no nos sirvió para definir un modelo de acumulación económica que trascienda el corto plazo, ni extirpar las prácticas políticas que corrompen la democracia como sistema. Predominó, lo que a la vista de los resultados, nos hace mucho daño.

Lo anterior produce una permanente incertidumbre y, de ello, hábitos de corto plazo, que por su propia lógica atentan contra el desarrollo económico y social. La primera condición para cambiar esta situación, es aceptar que la sociedad no ha podido o no ha sabido generar liderazgos acordes a la complejidad del país. La segunda, el aceptar que el crecimiento exige decisiones muy duras dentro de un panorama desolador. Y si no, preguntarse, adónde nos seguirá conduciendo este espiral degradante? (Disparos en la oscuridad- ALFIL DIARIO 2019-2020) Me pregunto que más necesitamos para darnos cuenta de nuestra regresión?

Un país surcado por una constelación de intereses contrapuestos–nacionales, regionales, extranjeros, de clases sociales y sectoriales– requiere de un proyecto abarcador y trascendente del corto plazo. Una realidad diversa, marcada por años de desconocimiento del otro, pese a que un sistema democrático por esencia se constituye a partir de consensos básicos que marcan la hoja de ruta que promueva un destino común. Esto es justamente lo que no hemos sabido reconocer y construir, y de ello los antagonismos que desconociendo regla alguna, nos han llevado a un estado de anarquía política y desesperanza.
La consecuencia de esta situación: un centralismo desmesurado del aparato del Estado, una diluida división de poderes, prácticas políticas propias del Siglo 19, bolsones de pobreza dentro de un desequilibrio poblacional y un alto nivel de violencia.

En casi 40 años de Gobiernos elegidos por el voto popular, no hemos logrado un común “tren al Norte”; quizá lo que más destaque nuestra deriva, es la pérdida del sistema de la educación pública, otrora nuestro orgullo. Entonces que se puede esperar?

Un país lleno de paradojas: sectores de avanzada, cohabitando con otros que han atrasado su reloj histórico; personalidades destacadas de las ciencias y las artes, cohabitando con un sistema educativo en decadencia; múltiples universidades que funcionan como un sistema terciario con mayor o menor rigurosidad, pero que no cumplen con la misión cultural que les compete. Un país industrial, con una matriz productiva dependiente, que no ha podido definir un modelo sustentable que pudiera aprovechar los excedentes agropecuarios para crear una plataforma válida de acumulación de capital.

Por dónde transita nuestra sociedad ?

Transitamos por dos andariveles complicados para encontrar una vía factible de reencauzar esperanzas genuinas: uno, el de amplios sectores que creen en el realismo mágico respecto de las posibilidades que puede otorgar el Estado; y el segundo, quizá el fundamental, una crisis de valores que se manifiesta en el todo vale, en la falta de límites en la defensa de cualquiera de los intereses sectoriales o corporativos. Crisis de valores que, por su magnitud, ha dañado no solo el sistema educativo como ya mencioné, sino también a la columna vertebral del sistema republicano. Hablo de la caricatura de nuestro sistema judicial. Entonces en quién confiar?

De esta derivación cultural deviene: nuestra falta de respeto por el valor de la ética, el pensamiento crítico, el valor del mérito, la necesaria conciencia de nuestra falibilidad, y de ello la mediocridad y al facilismo sin futuro. Son múltiples las causas de esta situación: entre otras, la carencia de una burguesía lúcida y progresista, como lo demostró el fallido intento del menemismo, la pobreza cultural que se pone en evidencia en la inexistencia de políticas de desarrollo, el abuso del nepotismo y otras que facilitan que el aparato del Estado, se transforme en el campo de batalla de distintas fracciones de la pequeña burguesía, a través de los mecanismos de representación política. (Con conductas tribales, no hay futuro- ALFIL DIARIO 2020)

En verdad, no tenemos una tradición republicana; no la tuvieron los gobiernos que iniciaron la modernización del país ni tampoco los gobiernos populares que marcaron el rumbo del proceso político del Siglo XX, menos aún los gobiernos militares, que por esencia son despóticos, y que fueron parte importante de nuestra historia. El gobierno del Dr. Alfonsín intentó una impronta republicana, que sucumbió primero ante la ilusión del tercer movimiento histórico y segundo ante la imposibilidad de abordar la complejidad de una Argentina atravesada por los intereses corporativos, que incluyen, – y no es un tema menor,- la constelación de intereses tribales en lo que fue derivando el movimiento justicialista. Ese Gobierno no entendió a lo que se enfrentaba, en consecuencia la anarquía y la pobreza se hicieron ostensibles.

¿Cómo cambiar?

Se trata, entonces, de considerar cómo modificar la falta de sentido republicano de nuestros gobernantes, lo que ha generado, aparte de una opaca división de los poderes, una aspiración permanente a perpetuarse en el poder, sacrificando incluso logros claves para la estabilidad, el crecimiento y la transparencia del sistema. Esto, en los hechos, ha significado dejar de pensar en las consecuencias futuras: el gobernante que se aliena al poder comienza a tomar decisiones de carácter oportunista, quizá de efecto positivo en lo inmediato, pero que terminan por quebrar principios básicos de sustentabilidad de cualquier proyecto. De esto hablan con claridad nuestras permanentes frustraciones. Claro está, la cultura política de provincias o de regiones de carácter feudal, penetran profundamente en esta concepción.

¿Qué necesitamos? Quizá lo primero sea abandonar el pensamiento mágico y tomar conciencia de que, sin ahorro e inversión, nada se puede sostener. Bastaría tomar el ejemplo de la segunda presidencia de Juan Perón, quien advierte que una política de demanda sin ahorro e inversión se torna insostenible, y que ese proceso se puede realizar sin deponer los intereses de la Nación.

Podemos seguir analizando este caso, incluso. Aun en 1955, cuando ya el gobierno de Juan Perón declinaba (vaya ironía), en lo político seguía organizando encuentros entre trabajadores, empresarios y gobierno, para afianzar la productividad de la economía. No era republicano, pero sin duda pensaba con visión de futuro.

Volviendo al tiempo presente, podemos decir que atravesamos una época en que los discursos únicos y universales han fracasado y que estamos ante un serio quiebre del poder mundial establecido a posterior de la implosión de la Unión Soviética, amén de surrealismo científico y tecnológico que deriva en otras reglas del juego económico.

Esa amenazante realidad mundial, nos impone el desafío de construir, desde nuestras propias fuerzas e inteligencia, un discurso que tome lo mejor de nuestras tradiciones, la búsqueda del progreso y de la justicia social en términos intergeneracionales y no meramente reivindicativos. Objetivo que requiere de un cambio de cultura muy profunda, en la que los cabos principales serán, entre otros, la devolución de la credibilidad del sistema de Justicia y una profunda transformación del sistema educativo. Sin duda, esto implica acuerdos para la supervivencia de líderes preparados y creíbles, no?

Aquí cabe preguntarnos, ante la evidencia de 75 años de regresión en lo político y económico, el cómo generar una dirigencia que trascienda los valores vigentes? Mientras nuestra sociedad no genere respuesta a esta pregunta, como ya lo expresé en “Conductas Tribales, no hay futuro.” Seguiremos a la deriva.

*Dr. En Ciencia Política (UNC-CEA) Ensayista y Educador. Su último libro, 1918 Raíces y valores del movimiento reformista. Editor del Blog: Miradas Políticas  y otros enfoques.

** Este escrito con ligeras modificaciones fue publicado en Octubre del 2015 en La Voz del Interior. Su vigencia, nos permite confirmar nuestra apreciación de que Argentina es un país a la deriva,